Nacemos, crecemos, nos enamoramos, nos desenamoramos, nos volvemos a enamorar, ... Hasta que un día te descubres haciendo planes de futuro con la persona elegida para compartirlo.
Decisiones, proyectos, sueños, todo coincide ¡Es el adecuado!
Llegado el momento iniciamos la convivencia. Es dura, nos han educado de manera desigual y tenemos diferentes costumbres, ahora hay que acomodarse al otro y no siempre es fácil. A veces cede uno, otras cede el mismo y algunas cede el otro.
Comienza el camino hacia la independencia.
Echas de menos cosas que ni siquiera imaginabas, ese zumo de naranja que tu madre te traía a la cama cuando estabas enferma y ahora tienes que preparar tú, la ignorancia sobre que compañía suministraba la luz o el gas y que ahora, además de saberlo, tenéis que pagar.
Y te das cuenta que la independencia no significa alejarte de los que te quieren, al revés, les echas de menos, les necesitas y no puedes ni quieres perder el contacto con ellos. Simplemente la familia ha crecido, ahora hay un miembro más.
Llegan los hijos y el corazón se llena de un amor indescriptible que no imaginabas pudiera existir, pero también se adquiere una nueva responsabilidad, educar, y no hay ningún manual que nos enseñe a no equivocarnos, ningún libro que nos diga como ser padres.
Aparecen los abuelos y aceptamos como un regalo su experiencia y ayuda.
Y la vida continua, los hijos crecen, se enamoran, se desenamoran, se vuelven a enamorar, ... Hasta que un día te revelan que han encontrado la pareja con la que quieren compartir su vida y les decimos cuanto nos alegra. Aparece el pánico ¿Será el adecuado? ¿Le hará feliz? Pero ya no tenemos "poder" en sus decisiones, si se equivoca estaremos a su lado, no podemos ni debemos evitar que haga lo que su corazón desea.
El día de su marcha es uno de los más duros de nuestra vida. De repente la casa está vacía pero llena de un silencio raro y de una tranquilidad que se parece demasiado a la intranquilidad.
Te vas acostumbrando poco a poco, pero ¡Le echas tanto de menos! Le ves satisfecho y eso te aporta alegría porqué es lo único que deseas, que sea feliz.
Llega el primer nieto y un amor inmenso llena nuestro corazón. Es la alegría de la vida, la esperanza de revivir, la necesidad de compartir, el amor protector, la dulzura hecha realidad.
En la Ley de la Vida ¿Donde dice como aprender a que no duela el corazón por echar tanto de menos, por querer tanto y no poder abrazar, acariciar y besar todos los días a la hija que llevé en mis entrañas y al niño que me devolvió la luz y la sonrisa?
Si, lo sé, suena terriblemente egoísta ¿Y qué? Soy madre. Puede parecer una justificación, pero ¿Como razonar un sentimiento?
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