Prefiero cien mil veces que me insultes,
a tener que traducir otro silencio
de esos que se acaban como siempre,
con el aire insuficiente de un suspiro.
Prefiero que me odies al extremo
a que olvides sin esfuerzo mi existencia,
que me lleves de tu mano hacia la muerte
a vivir sin que ello a ti te importe.
Y quiero que me busques en el café de tus mañanas,
que me sorprendas desnudo pensándote en el baño,
que te inventes toboganes que nos lleven al sofá,
pasadizos de deseo de tus ojos a los míos.
Y quiero que me rompas y armes a tu antojo,
olvidando el invierno a los pies de la cama,
que el verano nos coja sudando de risa,
una noche cualquiera de algún mes con tu nombre.
Que prefiero tus tacones tatuándome el pecho,
con palabras que se dicen para asustar a una madre,
cicatrices que hablen del amor y sus penas
a esta piel de suburbios que mendiga caricias.
Que prefiero tu nombre decorando buzones
y tus manos miopes llenando despensas
y tus ojos de nadie y tu culo de tantos,
que prefiero tus muslos que cambiarme por otro,
o tus besos sin lengua a mi lengua sin ti.
Que prefiero esperarte aunque ya nunca vuelvas
a esperar mi regreso sin llevarte conmigo.
Y quiero que me enseñes a mentir como lo hacen las damas
o esa sonrisa nueva en tu foto de perfil,
lo que haces con los dedos delante del espejo,
las braguitas que te compras en la tienda de los chinos
los peluches que abandonas por falta de sueño.
Que me muestres las nuevas pecas de este sol caprichoso,
el atajo que lleva del dolor al placer,
o ese rumbo perdido si me falta tu aliento,
el sabor de tu orilla cuando viene una ola.
Que me quieras querer como quieren los novios,
que me quieras odiar como odian los ex.
Que prefiero que existas
a tener que inventarte.
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