miércoles, 13 de mayo de 2015

DURMIENDO CON TU ENEMIGO

A principios del siglo XX un tal MacDougall hizo un mal experimento con unos moribundos y estimó que el alma humana pesaba 21 gramos. El tiempo ha demostrado que erró el tiro y este supuesto doctor pasó a engrosar los anales de la infamia. El alma es una novia disputada que cortejan curas y científicos. Tiene mucho de lugar común, de tema-pozo, de disputa etílica. Los teólogos no han avanzado mucho en aclarar su contenido ya que su empeño ha sido el de escriturarla a su nombre. Los científicos por su parte la han ido acorralando hasta llevarla del corazón a la cabeza. Desde hace poco más de un siglo hemos vuelto los ojos hacia el cerebro y lo miramos con fascinación y un cierto recelo. Es un órgano extraño, inaccesible, inmóvil, con un aspecto que no explica nada sus funciones. Todo lo contrario que el corazón, los pulmones, los músculos o los intestinos que hablan por sus formas y su movimiento. Desde su atalaya orgánica, el cerebro tiene que ser huraño a la fuerza, elitista y probablemente de derechas. Ya tendríamos que habernos dado cuenta de que algo marchaba mal cuando construimos los primeros ordenadores hace unas décadas a base de cables y transistores por los que se movían ordenadamente corrientes eléctricas. En un inmenso engaño colectivo los llamamos cerebros electrónicos atribuyéndonos la capacidad de replicar los procesos de la mente. En realidad los ordenadores no han hecho otra cosa que confirmar , en una base de silicio, que el pensamiento no es otra cosa que una corriente eléctrica motivada y finalista.
Hemos dedicado el siglo XX a escudriñar el cerebro con el afán de sacarnos el miedo del cuerpo. No es para menos ya que, mientras neurofisiólogos y psiquiatras asediaban a la cosa, él tuvo tiempo para hacer un par de guerras mundiales o mandarnos a la Luna. Pronto los científicos encontraron las partes divertidas del encéfalo: áreas que se encargan de la sensibilidad, del movimiento, del habla. Comprendimos el funcionamiento de la vista, el oído o el equilibrio. Incluso ahora ya vamos entendiendo eso que llamamos memoria y que viene a serlo casi todo. No es por molestar pero todas ésas son cosas que también están en el cerebro de los animales desde hace decenas en incluso cientos de millones de años. Mecanismos viejos y fiables que nos permiten una existencia rudimentaria. El siglo XXI será el de la batalla por el alma. La ciencia ya ha acotado el campo de batalla: la corteza prefrontal. No son 21 sino unos 100 gramos de materia gris sentada encima mismo de nuestros ojos y nuestra nariz. Ese trozo de materia gris torturada que ha aumentado su tamaño 6 veces con respecto a los primates, es lo que con toda probabilidad ha organizado este lío que llamamos Humanidad. Es ahí donde somos, vivimos y esperamos. El lugar donde se analiza el pasado, se miden las consecuencias y se proyecta el futuro. Es donde viven nuestros antepasados, donde nacen los reactores nucleares o los fanáticos. Probablemente ahí residan la bondad y la esperanza. Esta corteza prefrontal no tiene más de 4 millones de años. Nada. Digámoslo de una vez: lo que nos hace humanos es una demo, una puta versión beta instalada con pequeñas variaciones y de manera simultánea en miles de millones de individuos: la parte más reciente de la biología es la responsable de todo, ya sea real o inventado. Los riñones llevan haciendo orina desde que éramos peces, el corazón lleva latiendo desde que la sangre es sangre; los huesos se endurecen con calcio desde hace cientos de millones de años. La Selección Natural en su carrera ciega ha creado un monstruo: un pequeño amasijo de células capaz de alterar el mundo a una velocidad como nunca antes lo había hecho la materia viva.
Es monstruo es tu monstruo también: eres tú y tus contradicciones: el anhelo y la represión: la libertad y sus cadenas: lo bueno que haces y el mal que causas. En 100 gramos reside la emoción que sentiste al ver las puertas de Tanhauser o los midiclorianos que te dan la Fuerza. Somos una biología vieja y fiable controlada por un niño que se empieza a hacer adolescente y que piensa que nunca va a morir. La próxima vez que pases la mano por tu siente que estás a escasos 5 centímetros de tu alma y de sus neuras. Siente compasión por ti, siente compasión por ti, respira hondo y sigue adelante.

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