A principios del siglo XX un tal MacDougall hizo
un mal experimento con unos moribundos y estimó que el alma humana
pesaba 21 gramos. El tiempo ha demostrado que erró el tiro y este
supuesto doctor pasó a engrosar los anales de la infamia. El alma es una
novia disputada que cortejan curas y científicos. Tiene mucho de lugar
común, de tema-pozo, de disputa etílica. Los teólogos no han avanzado
mucho en aclarar su contenido ya que su empeño ha sido el de
escriturarla a su nombre. Los científicos por su parte la han ido
acorralando hasta llevarla del corazón a la cabeza. Desde hace poco más
de un siglo hemos vuelto los ojos hacia el cerebro y lo miramos con
fascinación y un cierto recelo. Es un órgano extraño, inaccesible,
inmóvil, con un aspecto que no explica nada sus funciones. Todo lo
contrario que el corazón, los pulmones, los músculos o los intestinos
que hablan por sus formas y su movimiento. Desde su atalaya orgánica, el
cerebro tiene que ser huraño a la fuerza, elitista y probablemente de
derechas. Ya tendríamos que habernos dado cuenta de que algo marchaba
mal cuando construimos los primeros ordenadores hace unas décadas a base
de cables y transistores por los que se movían ordenadamente corrientes
eléctricas. En un inmenso engaño colectivo los llamamos cerebros
electrónicos atribuyéndonos la capacidad de replicar los procesos de la
mente. En realidad los ordenadores no han hecho otra cosa que confirmar ,
en una base de silicio, que el pensamiento no es otra cosa que una
corriente eléctrica motivada y finalista.
Hemos
dedicado el siglo XX a escudriñar el cerebro con el afán de sacarnos el
miedo del cuerpo. No es para menos ya que, mientras neurofisiólogos y
psiquiatras asediaban a la cosa, él tuvo tiempo para hacer un par de
guerras mundiales o mandarnos a la Luna. Pronto los científicos
encontraron las partes divertidas del encéfalo: áreas que se encargan de
la sensibilidad, del movimiento, del habla. Comprendimos el
funcionamiento de la vista, el oído o el equilibrio. Incluso ahora ya
vamos entendiendo eso que llamamos memoria y que viene a serlo casi
todo. No es por molestar pero todas ésas son cosas que también están en
el cerebro de los animales desde hace decenas en incluso cientos de
millones de años. Mecanismos viejos y fiables que nos permiten una
existencia rudimentaria. El siglo XXI será el de la batalla por el alma.
La ciencia ya ha acotado el campo de batalla: la corteza prefrontal. No
son 21 sino unos 100 gramos de materia gris sentada encima mismo de
nuestros ojos y nuestra nariz. Ese trozo de materia gris torturada que
ha aumentado su tamaño 6 veces con respecto a los primates, es lo que
con toda probabilidad ha organizado este lío que llamamos Humanidad. Es
ahí donde somos, vivimos y esperamos. El lugar donde se analiza el
pasado, se miden las consecuencias y se proyecta el futuro. Es donde
viven nuestros antepasados, donde nacen los reactores nucleares o los
fanáticos. Probablemente ahí residan la bondad y la esperanza. Esta
corteza prefrontal no tiene más de 4 millones de años. Nada. Digámoslo
de una vez: lo que nos hace humanos es una demo, una puta versión beta
instalada con pequeñas variaciones y de manera simultánea en miles de
millones de individuos: la parte más reciente de la biología es la
responsable de todo, ya sea real o inventado. Los riñones llevan
haciendo orina desde que éramos peces, el corazón lleva latiendo desde
que la sangre es sangre; los huesos se endurecen con calcio desde hace
cientos de millones de años. La Selección Natural en su carrera ciega ha
creado un monstruo: un pequeño amasijo de células capaz de alterar el
mundo a una velocidad como nunca antes lo había hecho la materia viva.
Es
monstruo es tu monstruo también: eres tú y tus contradicciones: el
anhelo y la represión: la libertad y sus cadenas: lo bueno que haces y
el mal que causas. En 100 gramos reside la emoción que sentiste al ver
las puertas de Tanhauser o los midiclorianos que te dan la Fuerza. Somos
una biología vieja y fiable controlada por un niño que se empieza a
hacer adolescente y que piensa que nunca va a morir. La próxima vez que
pases la mano por tu siente que estás a escasos 5 centímetros de tu alma
y de sus neuras. Siente compasión por ti, siente compasión por ti,
respira hondo y sigue adelante.
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