Nunca me gustaron los chicos
altos... Hasta que lo conocí a él. Ya sabéis, siempre he dicho que la altura es
bonita, elegante, y que confiere porte… pero que es un gran abismo a la hora de
darse un beso. Por lo que siempre me fijaba en chicos que medían
aproximadamente lo mismo que yo—centímetro arriba, centímetro abajo—. Como si
todo se redujera a la distancia física entre dos labios hambrientos. La
banalidad y la superficialidad me impedían apreciar que la peor distancia entre
dos bocas no es la línea que separa las cabezas, sino los corazones. Que a
veces hay labios peligrosamente juntos con corazones a kilómetros. Y viceversa.
Que la magia de un beso no estriba en un cuello descansado y un sexo
palpitante, sino en un cuello roto y un alma agitada. Sí, y en un sexo en
llamas también, pero eso entra en el pack del alma agitada. ¿Qué sentido tiene
besar a una persona que únicamente nos despierta el instinto? Probad a besar a
alguien que sea capaz de acariciar vuestra alma con un simple beso en la mejilla,
una mirada o un abrazo, y no querréis otra cosa.
Con Hugo aprendí una décima parte de lo que os estoy contando; con Ángel, averigüé el resto. Mi ángel. Mi niño alto. El de los ojos marrones con matiz verdoso. El payasín, el de la sonrisa pícara y las manos traviesas, el de los morritos sexys y los abrazos mágicos, el de corazón inmenso. Con él empecé a amar las alturas; las físicas y las emocionales. Descubrí que ponerse de puntillas es una maravillosa forma de aterrizar en la luna, y que, para calmar el vértigo que el amor nos provoca a algunos, tan solo hay que saltar al vacío y dejarse amar. Descubrí que alzar la cabeza para mirar unos ojos es como contemplar las estrellas. Mentira, es aún mejor. Y que sentirse chiquitita es algo muy grande. Descubrí también que, al estar tumbados, no hay altura que valga. Descubrí que el amor no es directamente proporcional a la cantidad de minutos que pasas con alguien, sino a la sinceridad de sentimiento, a la ausencia de barreras y a la intensidad del momento. Que se puede amar a alguien que ha entrado recientemente en tu vida como si lo conocieras de toda la vida. Que en ocasiones hay fuerzas extrañas que unen a las personas. Que todo es un sinsentido con sentido.
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